La peregrinación a Santiago de
Compostela
Carlos
Barros
Universidad de Santiago de Compostela
En latín clásico peregrinus
es extranjero, primera acepción que jamás perderá cuando el término se
cristianiza al devenir la peregrinación en parte esencial del ideal
evangelizador y en metáfora del tránsito al más allá. San Isidoro de Sevilla,
transmisor por excelencia de la cultura antigua al Medioevo, apunta por tanto,
entre los siglos VI y VII, que "peregrino" es el que "se encuentra lejos de su
patria". Y durante la Plena Edad Media el peregrino será ya el que se expatría
para hacer un viaje iniciático: visitare loca sacra. De esta sagrada y
masiva peregrinación, que contribuyó no poco a la construcción del Medioevo
europeo, nos ha tocado decir algo en esta obra colectiva de homenaje a Jacques
Le Goff, ¿desde dónde hacerlo mejor que en Santiago de Compostela, la patria
universal del peregrino medieval?
Roma, Jerusalén, Compostela
A mediados del siglo XIII,
leemos en las Partidas de Alfonso X el Sabio que "romero" es el que "va
a Roma" donde yacen los cuerpos de San Pedro y San Pablo, y que "pelegrino tanto quiere decir, como ome estraño, que va
a visitar el sepulcro de Hierusalem
o que andan en pelegrinaje a Santiago
, o
a otros logares de luenga e de estraña tierra".
Tres fueron los grandes centros de peregrinación que
hubo en nuestra Edad Media. Una parte
significativa de la población medieval viajó, en algún momento de su
vida, a alguna de las tres ciudades
santas de la cristiandad para rendir a los cuerpos-reliquias más señalados del
Nuevo Testamento: Jesús en Jerusalén, San Pedro en Roma y Santiago el Mayor en
Compostela. Tres peregrinaciones mayores que limitan y encuadran el Occidente
medieval como espacio sagrado: Jerusalén en
Oriente, Roma en el centro, Santiago en Occidente. La peregrinación a
Santiago de Galicia es la menos antigua (la invención del sepulcro data de
principios del siglo IX), sus reliquias las menos importantes en jerarquía
evangélica y eclesiástica, no obstante, remata eclipsando a las otras dos: la
peregrinación jacobea termina por ser
sinónima de peregrinación cristiana a
partir del siglo XII, ¿por qué? Las posibles respuestas nos permitirán saber
más de la formación del nuevo mundo medieval en Europa.
Una fuente italiana, la Vita
Nuova de Dante Alighieri, medio siglo después de las Partidas,
confirma este desplazamiento de la movilidad peregrina hacia el extremo
occidental del orbe conocido. Reitera Dante que "es peregrino quien se halla
fuera de su patria", añadiendo a continuación
a finales del siglo XIII el de la plenitud medieval- que "sólo se llaman
peregrinos a quienes van a Santiago o de allí vuelven" y que son "peregrinos
los que van al templo de Galicia porque "la sepultura de Santiago está más
lejos de su patria que la de cualquier otro apóstol".
Este cambio de dirección en las
grandes migraciones penitenciales se consolida durante los siglos XII-XIII. En la medida en que la sociedad feudal se
constituye, definiendo el nuevo espacio social y mental europeo, el centro de
gravedad de la movilidad sagrada se desplaza hacia el Oeste. La peregrinación a
Jerusalén, Ciudad de Dios donde
Santiago el Mayor, por cierto, lideró la primera comunidad cristiana,
siendo ejecutado por ello-, se transfigura con la plenitud feudal. A partir de
la primera cruzada, en 1095, la
peregrinación se arma y deviene en guerra santa para liberar el sepulcro
del Salvador, alejándose así de los propósitos en principio piadosos y
pacíficos de la peregrinatio sacra, quedando por consiguiente fuera del
alcance del peregrino común, que tenía más a mano la ciudad de San Pedro. Pero
en Roma se yuxtaponía la atracción peregrina con un poder político derivado de
un pasado imperial. Roma era sobre todo el Papa y el Estado Vaticano, una de
las grandes capitales europeas y el
centro neurálgico de la Iglesia institucional: orgía de poder que no
facilitaba, en contraste con Jerusalén, el entusiasmo milenarista
imprescindible para una peregrinación de
masas. Por exclusión -dice algún autor- quedaba el camino santo a la tierra de
Santiago Apóstol, en cuya promoción y organización colaboran también los
poderes políticos y eclesiásticos del Occidente medieval conforme el frente de
lucha contra el Islam se mueve hacia Occidente y se van obteniendo resultados
territoriales, bien terrenales, en la Península Ibérica, que se echan de menos
en las cruzadas orientales. El afianzamiento de Santiago de Compostela como
foco principal de la peregrinación medieval es pues consecuencia, y también
causa, de la consolidación religiosa,
política y social de los herederos del Imperio romano occidental frente a su gemelo oriental y más aún frente
al mundo musulmán. Consolidación del Occidente medieval que tendrá como base la
formación de un nuevo sistema social, marcado indeleblemente por la religión
cristiana, de ambiciones universales
globales, diríamos hoy- que harán de
Europa, durante cinco siglos, el centro
de un mundo en expansión.
Tenemos para nosotros que la peregrinación a
Compostela, en el centro de un país en formación insuficientemente
cristianizado, no triunfa tanto "por exclusión" como por sus diferencias y
ventajas respecto a otros centros de
atracción internacional de peregrinos, por su
específica capacidad para satisfacer las necesidades de la nueva
religiosidad, expresión a su vez de las necesidades de movilidad e
interconexión, apertura y libertad, comercio y vida urbana, de la nueva
sociedad feudal.
Se puede decir que la identificación de la
peregrinación con Santiago es la victoria del Santiago-peregrino, pobre y
humilde, sobre el Santiago-caballero, matamoros y cruzado, por un lado, y sobre
el Santiago-sedente, poderoso y terrenal, por el otros, representaciones
iconográficas que sintonizarían mejor con las peregrinaciones "rivales" a
Jerusalén y Roma, respectivamente.
Pese a su relación con órdenes militares y guerras de
"Reconquista", la peregrinación jacobea jamás dejará de ser primordialmente un
camino de paz, a diferencia de las peregrinaciones armadas para liberar la Tierra Santa durante los
siglos XI-XIII, organizadas asimismo por los grandes poderes del momento, prueba
de que las condiciones políticas del éxito de Santiago, frente a Jerusalén, no
fueron tan decisivas.
Santiago de Compostela, lugar "de luenga e de estraña
tierra" y periférico en relación con los centros de poder penínsulares y
europeos, tampoco suscitaba los temores y rivalidades de la basílica de San
Pedro, centro del poder romano. Las chancillerías peninsulares y europeas que favorecen el Camino jacobeo sabían que no
estaban potenciando un poder político que
les pudiese hacer sombra. El reino medieval de Galicia, por no tener, no tenía
ni rey propio, lo que le permitió ser, durante siglos, el centro religioso
del Occidente medieval más atractivo
para gentes peregrinas de todas las clases y nacionalidades. El itinerario
jacobeo estuvo suficientemente alejado de la guerra y del poder terrenal, para
que todos los europeos lo pudiesen imaginar y sentir como algo propio. Santiago
de Compostela no era solamente de los
gallegos, era también de los castellanos, los navarros y los aragoneses, no
solamente de los pueblos ibéricos también de los franceses, los portugueses,
los italianos, los alemanes, los daneses
Podemos resumir en tres los
factores que explican la idoneidad del Camino de Santiago para reflejar,
materializar e impulsar la nueva espiritualidad - con sus connotaciones
mentales, sociales, políticas y
económicas- que brota de la Edad Media
en su esplendor:
1)
Santiago el Mayor
se adapta mejor que Pedro y más aún que sus sucesores en el Vaticano- al ideal
de vida apostólica, evangelización y predicación, que retorna con fuerza en el siglo XII, animando el culto a las
reliquias de los apóstoles y primeros mártires. La peregrinación genuinamente
medieval es consecuencia y causa del renovado interés por el Nuevo Testamento,
predicado por vez primera a las masas, del deseo de imitar la austeridad y
pobreza material de los que acompañaron a Jesús en su peregrinación terrenal,
en contraste con la inmovilidad veterotestamentaria y la Iglesia altomedieval
de los patriarcas y los padres fundadores, que ponía en dejaba a un segundo
plano el culto a Jesucristo, a la Virgen y a los santos apóstoles y los
mártires más al alcance, por su naturaleza no divina, de los cristianos de
base, que cambian en ese tiempo su onomástica para parecerse más a ellos y
peregrinan masivamente a sus tumbas. El apóstol Santiago estaba entre los más
admirados porque predicó en las tierras más inhóspitas, en los confines del
mundo Ya vimos como Dante celebraba la
superioridad evangélica del hijo de Zebedeo: "la sepultura de Santiago está más
lejos de su patria que la de cualquier otro apóstol". Santiago el Mayor fue,
además de compañero de Jesús y propagador de su evangelio en el fin del mundo:
el primero de los mártires cristianos.
2)
El deseo
colectivo de austeridad y pobreza evangélicas, el ejemplo viajero y mártir de
Jesús y de sus seguidores más cercanos, se concreta en la peregrinatio:
penitencia y ascesis, rigor y voluntad de superación el santo se hace, no
nace- que San Bernardo difunde decalificando al mundo como morada del diablo e
empujando a los creyentes a expatriarse del mundo terrenal peregrinando a las
ciudades santas, evangélicas y mártires. El Camino de Santiago era largo,
difícil y plagado de riesgos, pero también soportable: ni tan duro como viajar
hasta el Santo Sepulcro, ni tan próximo y ligero como los caminos que van a dar
a Roma, donde se confundían romeros con
prelados traficantes de favores, nada que ver
con el peregrino penitente que busca el perdón de sus pecados y la intercesión divina a través del que
murió en la cruz ciertamente rodeado de ladrones- y sus discípulos.
3)
El Camino de Santiago conduce al peregrino al
fin del mundo conocido. Eran muchos los peregrinos que, después de visitar la
Catedral y abrazar al Apóstol, prolongaban unos kilómetros más su viaje
iniciático para ver el mar en Finisterre, con su todavía hoy impresionante
horizonte redondo, donde termina el mundo y comienza el más allá. Los
extranjeros que van abandonando por miles y miles su patria terrenal impulsados
por su imaginario escatológico se encuentran así, donde la tierra se acaba, el
lugar del mundo que más se asemeja a la patria celestial, dando por bien
terminada la peregrinatio.
Camino medieval,
camino de Europa
La presencia de los restos del Apóstol Santiago en un sepulcro bajorromano descubierto, a principios del siglo IX, en el lugar deshabitado donde, por tal motivo, se erigió la ciudad de Santiago de Compostela, es una realidad cuestionada, hace más de un siglo por Louis Duchense, Claudio Sánchez Albornoz y otros historiadores que constataron la inexistencia de pruebas documentales o arqueológicas acerca de la predicación de Santiago el Mayor, hermano de San Juan el evangelista, en Hispania, y su traslatio y entierro en Galicia, después de su decapitación en el año 42 por orden de Herodes Agripa en Jerusalén para escarmiento de la comunidad cristiana.
Pero no es menos real, históricamente, que la creencia colectiva en la leyenda de Santiago y sus reliquias ha causado hechos históricos de tal envergadura que el acontecimiento fundador, su sepultura en Galicia, cualquiera que sea su grado de verosimilitud positivista, pasa a un segundo plano historiográfico y también epistemológico. La creencia generalizada durante siglos en la autenticidad de las reliquias jacobeas ha tenido consecuencias de carácter universal y local. La significación histórica del Camino de Santiago en lo religioso y lo cultural, lo económico y lo político, para la España cristiana, para la construcción de Europa, para la formación de la Edad Media, está fuera de toda duda. Y para los gallegos no es menor importante constatar históricamente que el pequeño burgo creado alrededor del sepulcro descubierto hacia el año 820, será eje vertebrador de Galicia como nacionalidad medieval, y su capital histórica hasta hoy, además de lugar de encuentro durantes siglos de las naciones de todo el orbe medieval. Sin el Camino de Compostela ni Galicia, ni España, ni Europa existirían según hoy las conocemos.
Todas las naciones europeas, y especialmente aquellas por las que pasaban las vías que llevaban a Santiago de Compostela, han coadyuvado a la construcción, aprovechando la red viaria romana, de una tupida red de caminos con sus nudos, conexiones y rutas transversales, que pone fin al aislamiento e introversión de la Europa de la Alta Edad Media, conduciendo a los nuevos europeos a Compostela desde cada lugar y país, para lo cual se construyeron hospitales, puentes y calzadas, ciudades, iglesias y catedrales que reanimaron la religiosidad y la economía europeas, y se fundaron órdenes militares y se tomaron medidas para garantizar la paz en el Camino de las estrellas y la seguridad de los grupos de peregrinos con sus cayados y trajes talares, y aun de las mejor pertrechadas comitivas eclesiásticas, nobiliarias y principescas que tampoco faltaron a la concurrida cita jacobea entre los siglos IX y XV. Medidas protectoras que se extendieron también a los judíos, burgueses y comerciantes, que al calor del primer itinerario religioso edificaron un eje fundamental para comprender el renacimiento económico de la Europa medieval.
El Camino de Santiago, prototipo
histórico de la peregrinación cristiana, es sobre todo un fenómeno medieval que
decae sensiblemente en las épocas moderna y contemporánea. Al desaparecer la
sociedad feudal, nacida y desarrollada
solamente en Europa, con sus servidumbres y
ataduras locales pero con su soberanía repartida, sus fronteras abiertas
y su cultura común, desaparecen las precondiciones históricas que hicieron
posible y necesario el "milagro" la peregrinación jacobea, que rompe por la vía
de los hechos cualquiera idea simplista
sobre el carácter inmóvil, cerrado y autárquico del feudalismo medieval.
El auge del Camino de Santiago, en los siglos XII y
XIII, resume el apogeo de la Edad Media feudal, porque representa el optimismo
histórico de una religiosidad profundamente medieval: imaginaria al tiempo que
realista. Una religiosidad renovada que, sin dejar la creencia todo lo
contrario- en los milagros de Santiago que relata el Códice Calixtino, que se leía a los peregrinos en las posadas monacales del
Camino, busca a Dios en los confines de la tierra conocida, si esperar a la
otra vida, porque cree, junto con los
poderes curativos de las reliquias santas, en la posibilidad del progreso
humano en el mundo material, contradiciendo en la práctica a San Bernardo de
Claraval. La originalidad de la mentalidad medieval está precisamente en la
mixtura de ambas creencias, sólo contradictorias si las juzgamos desde
hoy.
Paso a paso -nunca mejor dicho-, invocando la
protección del Apóstol de los milagros, penando y trabajando, el Camino de
Santiago se va a convertir en el mejor
ejemplo del auge demográfico y económico, urbano y comercial de una Plena Edad
Media que rompe con el conformismo religioso anterior, llevando a la práctica
una espiritualidad que vuelve a sus orígenes mediante la acción individual y
colectiva: todos y cada uno de los creyentes tenían ahora un papel concreto que
jugar en la nueva cristiandad. Recuperación de valores apostólicos de pobreza, la humildad y la predicación, que
adquiere plenamente su sentido histórico cuando el nuevo desarrollo económico
hace más dolorosas las diferencias entre pobres y ricos, burgueses y rústicos
.La sencillez de la masa de peregrinos servirá de contrapunto contra las nuevas
desigualdades, directamente e indirectamente, pues el Camino de Santiago será
el medio de comunicación ideal de contestación social, política y religiosa,
que se extiende por toda Europa siguiendo la vasta red de caminos jacobeos
desde los movimientos comunales hasta las órdenes mendicantes, muchos de cuyos
agentes y promotores hicieron también el Camino de Santiago.
La peregrinación no es la única manifestación del
impulso renovador de la cristiandad medieval que también se refleja, por ejemplo,
en la sucesión de las órdenes monásticas, desde San Benito a San Francisco,
pasando por Cluny y Cister, conforme las más viejas se van distanciando del
cristianismo primitivo que informa asimismo el fenómeno peregrino. La
diferencia reside en que la peregrinación es una opción abierta a todos los cristianos: pobres y ricos, plebeyos y nobles, laicos y
clérigos; y tiene un carácter temporal
que la hace compatible con todas las ocupaciones, trabajos y funciones
sociales. La peregrinación es la forma de religiosidad renovada más extendida
en el mundo medieval, tanto social como geográficamente, no se trata de una prerrogativa de
clérigos, monjes y prelados, que hacen
el Camino como todos los demás, sin distinciones de clase, nacionalidad o
estatus cultural. Se puede afirma sin temor a errar que la peregrinación a
Santiago es mayoritariamente laica, popular y desde luego multinacional. Si no
fuese tan popular, ¿competirían lo mismo las naciones entre sí por participar y
fomentar?, ¿habrían frecuentado el Camino tantas personalidades de la Iglesia y
el Estado? La dimensión civil y masiva de la movilización peregrina, y su
prolongación secular, explican la estrecha relación existente entre creencia,
sociedad y economía, inseparables en cualquier explicación rigurosa del hecho
histórico del Camino.
El ir y venir de miles y miles
de peregrinos por los caminos de Santiago, durante décadas y durante siglos,
hace circular nuevas maneras de comprender (a la manera medieval, con la
religión omnipresente) el mundo y de transformarlo, desde la religión a otros
los campos del pensamiento y del arte, desde el románico hasta los movimientos
comunales, además de los nuevos modos de vivir en ciudades, del comercio o del
artesanato, viajando lejos por promesa o penitencia, pero también por conocer "otros logares de luenga
e de estraña tierra". Nuevos y colectivos modos de creer, vivir y trabajar, que
construirán Europa desde la sociedad civil, pacíficamente, y no a través de la imposición militar de un
país sobre otro. Curiosamente allí donde fracasaron los imperios medievales que
quisieron imitar a Roma, no llegaron a desarrollarse grandes centros de
peregrinación como Compostela o Jerusalén. La Europa medieval fue edificada
finalmente gracias al espíritu y la realidad de la peregrinación unida durante
siglos de sus pueblos a lejanos lugares, por lo tanto periféricos. Cuando los
pueblos de Europa dejan de viajar unidos es que han vuelto los
imperialismos, y las guerras civiles de
una cristiandad dividida, que marginaran durante siglos la idea medieval de
Europa, hasta su resurgir actual, cinco
siglos después.
Creencia
colectiva, fuerza histórica
El lazo principal que une de mar
a mar, sin solución temporal de continuidad, a los europeos es, pues, la
cristiandad medieval, que se transforma en fuerza histórica creativa cuando se
encarna en las masas como creencia colectiva que mueve a la acción colectiva
que, por su parte, también influye en la creencia y en la propia cristiandad.
Un buen ejemplo de una creencia colectiva devenida fuerza histórica es, sin
lugar a dudas, la peregrinación medieval que une a Europa "hacia dentro", en positivo, complementada
por las cruzadas que unen a Europa "hacia fuera", en negativo, en contraposición
al Islam.
Raramente el historiador reconoce el papel central que
corresponde a la religiosidad de masas, y a la mentalidad colectiva en general,
en los hechos históricos. Por evitar, seguramente, ser acusado de parcialidad
religiosa, o, más comúnmente, por temor a caer en una historiografía
"idealista"; inquietudes lógicas entre los nuevos historiadores del pasado
siglo. Aunque resulta sorprendente es que esta "resistencia" epistemológica,
comprensible por los abusos al respecto de
la parte más conservadora de la vieja historia, asome justamente a la
hora de enjuiciar un fenómeno religioso triunfal como es la peregrinación
medieval. Así se explica el éxito del
Camino de Santiago como fenómeno histórico: ora por el apoyo (cierto) de las
instituciones religiosas (abades, obispos, Papas) y políticas (monarquías
peninsulares y europeas), ora por el desarrollo económico plenomedieval,
postergando el estudio de la creencia y
su lugar histórico a lo individual y descriptivo
(tipología de las motivaciones del peregrino), de manera que la única
influencia histórica del factor religioso
que se reconoce es institucional: la Iglesia y sus instituciones
promoviendo el Camino. Notoria desaparición conjunta de lo colectivo y de lo
mental del esquema explicativo que se debe disculpar por las limitaciones e inconsecuencias de
la historiografía del momento, que ahora
toca superar.
No pretendo enfrentar, por supuesto, el determinismo
de la mentalidad al determinismo del poder o al determinismo de la economía,
somos partidarios de explicar las causas históricas de manera mixta, compleja,
global, sin caer naturalmente en el indeterminismo posmoderno, articulando y
entrelazando los imaginados niveles de la realidad sin eludir, en cualquier
caso, la jerarquización de las causas y sus interrelaciones en función de la
especificidad del hecho analizado.
En el caso que nos ocupa, la creencia colectiva no sólo es el punto de partida de la
peregrinación, también es la base de su desarrollo y de su decadencia
posterior, algo así como la base de una pizza, si podemos servirnos de
un símil prosaico. Sin la masividad y persistencia de la movilización religiosa
hacia Compostela no se habría enarbolado en la guerra contra el Islam el
estandarte de Santiago matamoros, ni gritos de combate que lo invocan, ni
apariciones milagrosas tipo Batalla de Clavijo; tampoco hubiera habido el
celebrado desarrollo urbano y comercial a lo largo del Camino: sin la
religiosidad y la acción colectivas, no habría existido un sepulcro de Santiago
en el apartado reino de Galicia, ni una
red de caminos sagrados que
recorrieran Europa para conducir a las
gentes hacia su tumba.
Ahora bien, una buena pizza precisa, además de
una base, unos ingredientes y una pasada por el horno, donde cuenta el arte del
cocinero (metafóricamente, el historiador),
que ha de mezclar todo de tal forma que, si el trabajo se ha hecho bien, no se
puede degustar el producto final separando la base y los otros ingredientes, ni
estos entre sí, porque entonces el
producto pierde todo su sabor y la operación culinaria (historiográfica) su
sentido.
Aplicando la analogía a las citadas referencias historiográficas sobre el Camino, diríamos
que la base religiosa no se puede despegar o aislar de los componentes
económicos, institucionales y políticos, tanto si hablamos de causas como de
efectos, de análisis como de síntesis, de descripciones como de explicaciones.
La creencia colectiva en la autenticidad de las reliquias compostelanas no
deviene fuerza histórica por sí misma, si no es mezclada con el poder y con la
economía, la sociedad y la cultura, etc. La secular creencia jacobea se
manifiesta y actúa históricamente: gracias a Teodomiro, obispo de Iria-Padrón, que aceptó o instigó-
el carácter apostólico del sepulcro romano encontrado hacia 820; gracias a los
monarcas que concedieron privilegios a la Iglesia de Santiago, mejoraron las
calzadas y otras infraestructuras, favorecieron con exenciones y otras medidas
la urbanización y el comercio, la paz, la justicia y la seguridad en el largo Camino; gracias a
la orden de Cluny que fomentó la peregrinación
y a los Papas que concedieron indulgencias y años jubilares; gracias a
los movimientos organizados de peregrinos, y a los burgueses que dieron
consistencia al itinerario religioso al trasmutarlo en vía comercial.
Siendo lo contrario
incluso más cierto, pues los propósitos no directamente religiosos, de
tipo institucional, político o económico, de las monarquías cristianas, prelados, concejos urbanos o agentes
comerciales, podían funcionar o no, dependían de la gente normal, no podían
cumplirse sin la movilización religiosa de los creyentes comunes, en tiempos en
que el medio habitual de comunicación es la oralidad, y el
rumor. La prueba es que otros centros de peregrinación, no menos
animados por poderes terrenales, prosperaron menos que Santiago de Galicia,
lugar de enterramiento sacro que, según vimos, se ajustaba mejor que Roma o
Jerusalén (o San Martín de Tours, o San
Salvador de Oviedo, por hablar también de peregrinaciones menores) a las
necesidades religiosas de los pueblos después de los terrores del año 1000, a las necesidades imaginarias del
hombre medieval metamorfoseado en homo viator, a las necesidades
culturales y mentales de una sociedad que buscaba compensar la feudalización
fragmentadora con nuevas identidades nacionales y -al tiempo que- universales,
de cuyo cruce emergió Europa. Necesidades que transcendían tanto la economía
como la monarquía y demás instituciones.
En resumen, la acción política y económica en favor de
tal o cual peregrinación funciona en la
misma proporción véase, si no el fracaso de las cruzadas- en que la piedad
popular, de cuya espontaneidad sobran muestras, camina en la misma dirección (a
menudo, por delante), se extiende y persiste en el tiempo, condicionando
decisivamente el éxito de tal o cual medida "desde arriba" (instituciones) o
"desde abajo" (economía). La trama reticular de los caminos medievales a
Santiago de Compostela el principal y más frecuentado se conoce como camino
francés o vía francigena- es la consecuencia de una poderosa
creencia colectiva con el auxilio vital aunque menos que el impulso religioso-
de instituciones locales, nacionales y europeas, y el empuje paralelo de un sistema feudal en
su maduración. Creencia colectiva y pacifista que, entrelazada con el interés
político y el auge económico, ayuda grandemente
a las transformaciones históricas que hicieron del pleno Medioevo
europeo un mundo mejor, si lo comparamos con el alto Medioevo, o la llamada
Edad Oscura, marcados desde el final del Imperio romano por el retroceso
cultural, económico y político, por la persistente inseguridad, por una
profunda crisis de identidad religiosa y comunitaria: problemas todos que la
Edad Media, el cristianismo y el feudalismo resuelven al menos por un tiempo
(siglos).
BIBLIOGRAFÍA
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