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Cómo contruye su objeto la historiografía: los irmandiños de Galicia*

 

Carlos Barros

Universidad de Santiago de Compostela

El resultado del trabajo del historiador, ¿es la verdad histórica o es la verdad que él mismo fabrica? La duda asalta al investigador, consciente de las mediaciones existentes entre los hechos tal cómo sucedieron y la reconstrucción posterior que él lleva a cabo. A las limitaciones derivadas de las fuentes conservadas, hay que sumar la propia subjetividad del historiador, quien selecciona tema, documentos, métodos, e interpreta continuamente la información de ese modo obtenida, sin para ello despegarse totalmente de sus preconceptos, de su mentalidad como historiador y como ciudadano. Sin embargo, la ciencia histórica ha progresado enormemente. El historiador al construir su objeto, lo descubre: cada vez sabemos más y mejor los hechos del pasado. Mediante aproximaciones sucesivas conocemos una verdad cuyo relativismo es garantía de su carácter científico.

Factor de progreso del conocimiento histórico es la resurgencia cíclica ese leitmotiv de que la historia es imposible, se reduce a una “invención” de quienes la cultivan, toda ella es contemporánea, la historia no es una ciencia, etc.; contrapeso necesario y revulsivo crítico para que así el historiador no se duerma en los laureles de un neopositivismo, a menudo ingenuo, fundado en la creencia de que basta con un estudio crítico y/o cuantitativo de las fuentes -condición necesaria pero no suficiente- para asegurar el resultado científico de una investigación.

Los dos pilares que han hecho avanzar la historia como disciplina científica son: las fuentes depuradas críticamente, y el análisis de éstas por medio del conocimiento general acumulado por el historiador. En las dos direcciones el impulso recibido últimamente, es impresionante.

Vamos  hacia una nueva erudición: el concepto de fuente histórica se ha ampliado enormemente, de lo narrativo a lo notarial, de lo escrito a lo oral, la propia inexistencia de documentos -el silencio- es un dato de primera mano; las ciencias auxiliares se ensanchan para hacer espacio a la informática, y junto con disciplinas tradicionales como la Diplomática, la Numismática o la Genealogía, actualmente el método crítico exige la colaboración con las disciplinas vecinas y con las ciencias sociales, no sólo con la Geografía y la Linguística, también con la Economía y la Sociología, y más recientemente con la Sicología y la Antropología; para obtener la verdad contenida en los documentos es preciso añadir pues en los manuales de historia un apartado para las ciencias cooperantes, al objeto de no  marginar a la historia de los avances científicos que afectan a los métodos, las técnicas y a las teorías para obtener la información veraz que se encuentra en los testimonios del pasado.

Por otro lado, integrar la subjetividad del historiador en el discurso histórico es requisito previo y científico para evaluar su objetividad, y un factor enriquecedor de los estudios históricos por comportar pluralidad de enfoques y metodologías, pero, ante todo, este conocimiento no directamente basado en fuentes, es “la principal condición del progreso de la investigación histórica”[1], permite al investigador buscar, inventariar y utilizar los datos de las fuentes, que a su vez a continuación pasan a formar parte del conocimiento no basado en fuentes.

Debemos a Jerzy Topolsky el desarrollo teórico de este concepto del conocimiento no basado en fuentes, y la plena toma de conciencia de su rol esencial en la investigación histórica. El conocimiento no basado en fuentes está constituido por dos partes: el conocimiento general y corriente del historiador (sentido común, cultura, sistema de valores), que hace posible su labor de búsqueda de datos, selectiva e interpretativa, y el conocimiento estrictamente científico, compuesto por el saber histórico, el saber científico referido a las restantes ciencias y el saber filosófico, teórico y metodológico[2]. La no integración de la subjetividad del observador en el proceso de la investigación es frecuentemente germen de mala conciencia en el historiador, cuando no fomenta la desconfianza en la propia cientificidad y utilidad de la historia, desconociéndose no pocas veces que las ciencias de la naturaleza, punto de referencia supremo de la historiografía más empirista, contemplan asimismo en su proceder científico un importante componente filosófico, metodológico y cultural no basado en fuentes.

Los documentos históricos proveen de datos al historiador de acuerdo con los esquemas previos de éste, y hacen posible la verificación de  hipótesis, la respuesta de preguntas y la elaboración de conclusiones: el vaivén entre la fuente y el conocimiento, la experiencia investigadora y la teoría, es la clave de la historia como disciplina científica, y elucida lo que queremos decir cuando aseveramos que el objeto histórico se descubre conforme se construye.

El objeto histórico como edificio está formado por materiales muy diversos, con frecuencia de origen extra-histórico en el sentido más restrictivo y empírico del término “histórico”. La toma de conciencia de la importancia capital del conocimiento no basado en fuentes es de especial utilidad si hacemos la historia de la historia; no es otro el enfoque de este trabajo, tratamos de entender cómo el presente del historiador ha influído en la reconstrucción del pasado, comprobando que el avance historiográfico en Galicia -sus luces y sus sombras- resulta tributario de múltiples factores no basados en fuentes, desde la difusión del liberalismo a la formación de la ideología nacionalista.

Pretendemos esbozar brevemente la evolución, y el progreso, del conocimiento como objeto historiográfico de la revuelta popular de la Santa Irmandade, que tuvo lugar en el reino de Galicia entre 1467 y 1469, partiendo de las fuentes y de la tradición oral producidos por los protagonistas, analizaremos las aportaciones de la historia pragamática, crónicas y nobiliarios, y de la historia romántica que dará paso a la historiografías nacionalista y positivista.

La historiografía gallega ha descubierto la revuelta de 1467 como objeto histórico a mediados del siglo XIX. El hallazgo de los irmandiños posibilita la fundación de una historiografía netamente gallega, y, más allá, constituye una seña de identidad nacional, es en la actualidad uno de los acontecimientos históricos más conocidos en Galicia, y por todo ello uno de los más necesitados de la atención de los historiadores de profesión. Todavía hoy, recuperadas ya las fuentes más directas del levantamiento y de sus protagonistas, no se ha superado enteramente la mitificación que ha acompañado la representación del hecho irmandiño desde su reentrada en la historia de la mano de los historiadores románticos y galleguistas.

Cada historiador contribuirá al conocimiento de la revolución gallega de 1467, según sus conocimientos no basados en fuentes, sus concepciones y conocimientos históricos, poniendo el acento en tal o cual fuente o método de análisis, dando mayor o menor importancia histórica al evento irmandiño, caracterizándolo social y nacionalmente de distinta manera, valorando más lo qué tuvo de victoria o lo qué tuvo de derrota, posicionándose en general a favor o en contra de los sublevados, sobre todo al principio.

Este problema de que el observador toma partido ante el acontecimiento irmandiño, tiene vigencia mientras permanecen activas las tradiciones opuestas que nacen en los años 1467-1469, mientras siguen vivos los problemas histórico-sociales de fondo que la rebelión de los vasallos contra los señores medievales suscita: a lo largo del siglo XX, a quinientos años de la revolución irmandiña, existen plenas condiciones científicas y culturales para una síntesis objetiva e imparcial de los hechos. La polémica historiográfica prosigue, pero los temas a debate hace mucho que no derivan de unos posicionamientos favorables o contrarios a los irmandiños, que  habrían llevado  a una nefasta historia de buenos y malos[3], ni aún en las épocas romántica y nacionalista, cuyas historiografías respectivas hicieron suyo el carácter antiseñorial del levantamiento, la idealización de los irmandiños  supuso la  satanización de sus enemigos, muy al contrario puesto que también algunos los ensalzan e mitifican, como es notorio en el caso del mariscal Pardo de Cela y de Pedro Alvarez de Soutomaior, llamado Pedro Madruga, sin dejar de revelarse decididos partidarios de los irmandiños.

Tradición oral

Las fuentes susceptibles de ser interrogadas acerca de  los hechos del pasado, sufren una triple selección: a) la huella que dejan los actores de su participación en los acontecimientos es muy desigual, según sean alfabetos o no, urbano o rurales, populares o señoriales, y según la edad, el sexo y la profesión; b) no todos los documentos producidos en su momento se han conservado por igual, y durante el mismo período de tiempo; c) el historiador explora y maneja normalmente una parte de los testimonios disponibles, que enfoca metodológicamente de acuerdo con su personal conocimiento no basado en fuentes.

La historiografía de los irmandiños es, en primer lugar, la historia de la recuperación de todas las fuentes irmandiñas, desde el nobiliario de Vasco de Aponte a las probanzas del pleito Tabera-Fonseca.

Las primeras fuentes en encontrarse fueron las narrativas, en especial los nobiliarios, después salieron a la luz documentos entresacados de los archivos catedralicios y monásticos, y por último las actas notariales de algún concejo urbano (Ourense). Conforme la historia se hace más erudita, se amplía el concepto de fuente histórica, se dan a conocer más documentos y más puntos de vista sobre la revuelta -cuya importancia ya había sido descubierta por la historia romántica-, acercándonos así a sus protagonistas populares. Pero hemos llegado demasiado tarde, por ejemplo, para rastrear testimonios irmandiños en los archivos municipales, la mayor parte de su documentación medieval ya no existe, con el agravante de que, entre los principales sujetos sociales de la revuelta, sólo las ciudades habían llegado a generar un sistema de notarios oficiales y archivos. El hallazgo del pleito Tabera-Fonseca (1926), y en especial su edición completa (cincuenta y ocho años después) por parte de Ángel Rodríguez González[4], compensa el relativo vacío de testimonios urbanos y resuelve sobre todo un problema fundamental, que en muy pocas revueltas medievales está solventado: dar la voz al mundo campesino y rural, y en general a la gente común, protagonista masiva de los hechos revolucionarios de 1467 a 1469. Se cierra de esta manera un ciclo heurístico que va desde la fuente literaria y nobiliaria más contraria a los testimonios orales y populares más favorables[5]. Sobra decir que dicha gradación social, actitudinal y tipológica de las fuentes irmandiñas con que el historiador se ha ido encontrando, influye en la reconstrucción de la revuelta como objeto histórico.

A la función complementaria, respecto del estudio del documento escrito, que la historia oral de los tiempos presentes le asigna al análisis de los testimonios orales[6], hay que añadir, para la Edad Media, el carácter casi siempre insustituible de los documentos que podemos considerar orales para acceder al punto de vista popular de los hechos, cuando no la manera de obtener datos factuales. Una buena parte de las noticias que conocemos sobre la insurrección de la primavera de 1467, proceden del pleito Tabera- Fonseca, si bien la aportación histórica más importante de esta fuente emana, en nuestra opinión, del examen cuantitativo de las doscientas cuatro declaraciones orales (sobre el cómo y el porqué del derrocamiento de fortalezas en 1467, entre otras preguntas y respuestas) transcritas de que constan las probanzas, con el fin de indagar la mentalidad colectiva de los sublevados y de sus descendientes, y el impacto de la gran hermandad en la memoria colectiva del reino de Galicia. Medios y fines factibles con las cotas alcanzadas hoy por el conocimiento histórico no basado en fuentes, concretamente, la revalorización de determinadas fuentes notariales como peculiares archivos orales y la convergencia de la historia social de las mentalidades con la sicología social y la antropología.

Las pruebas orales del pleito Tabera-Fonseca tienen lugar en 1526 y en 1527, sesenta años después de la revuelta; la mayoritaria tradición oral favorable que allí hemos detectado, principalmente sustentada por testigos campesinos y artesanos, ¿hasta cuándo dura? No más de cien años. Ya Mircea Eliade precisó que la memoria popular tenía serias dificultades para mantener en el tiempo el recuerdo fiel de un acontecimiento histórico, sin transformarlo en arquetipo[7], y no hemos hallado indicio alguno que indique la pervivencia de la Santa Irmandade como mito tradicional en la cultura popular moderna. En 1604 los campesinos ya no recuerdan la revuelta de 1467, que sin embargo permanece oralmente viva todavía (aunque confundida con la memoria de las comunidades de 1520-1521), a lo largo de todo el siglo XVI, entre canónigos y eclesiásticos favorables[8]. En colectividades que no usan la escritura como medio de trasmisión, difícilmente se mantiene la memoria de un hecho histórico más de ciento cincuenta años en la época moderna y actual[9], si bien es verdad que en la Edad Media lo habitual es concederle a una memoria fiel una duración de cien años[10].

Los recuerdos permanecen más o menos tiempo según la importancia que tengan para sus portadores sociales; al desaparecer primero -a finales de siglo XV y a principios del siglo XVI- la generación campesina que hizo la revolución irmandiña, y después -hacia la segunda mitad del siglo XVI- la generación que vivió los enfrentamientos posteriores alrededor de la reedificación de los castillos derrocados en 1467: la tradición oral y popular irmandiña se extingue. Conforme el peligro de qué vuelvan las fortalezas, la violencia y sobreexplotación señoriales se alejan, y las causas mayores que desencadenaron los hechos de 1467 pierden vigencia en la Galicia del siglo XVI, la mentalidad de revuelta propiamente irmandiña se queda sin el contexto social que la mantenía activa, y es progresivamente reemplazada por la memoria escrita, nobiliar y contraria, que predomina ya abiertamente en el siglo XVII[11], sirviendo de base para algunos lugares comunes y mistificaciones todavía hoy difundidos acerca de los irmandiños. La memoria corta del campesinado frente a la memoria larga de la nobleza, para quien la conservación del recuerdo familiar y colectivo era un medio y una expresión de su poder social[12]. A mediados del siglo XVI se corta la posibilidad de conocer y estudiar, por los métodos históricos tradicionales, la visión que de la irmandade tenían sus propios protagonistas populares: hasta prácticamente los tiempos presentes…

Crónicas

Simultáneamente con la tradición oral de los vasallos participantes en 1467, se desenvuelve una tradición escrita de tipo narrativo y savante, plasmada singularmente en las  crónicas de los reyes y en las genealogías de la nobleza, expresión de una memoria culta que se distingue de los documentos orales de origen notarial en que, siendo asimismo fuentes bastante directas[13], son también los primeros pasos de la historiografía irmandiña, respondiendo a fines propagandísticos precisos en pro de una monarquía en auge o de una nobleza medieval en declive, que ya no existe. Predominando en el primer caso la actitud positiva hacia los rebeldes, y en el segundo más bien lo contrario, continuando así unos y otros los posicionamientos que los oficiales reales por un lado y los grandes señores laicos por el otro, habían adoptado ya en 1467.

El hecho de que algunas crónicas inserten las noticias irmandiñas entre otras que atañen a los reinos de Castilla y León, viendo a los gallegos como una parte más de la Corona real, y que los nobiliarios por el contrario subrayen el carácter y el contexto gallego de los hechos relatados, sin establecer una conexión especial por aquellos años con la situación de Castilla y con sus reyes, y dándoles en suma más trascendencia: facilita la divergente fortuna que tendrán en la cultura gallega del siglo XIX una y otra tendencia historiográfica. Las crónicas se mantendrán más en el olvido como fuentes y relatos historiográficos de los sucesos de la hermandad de 1467; las narraciones nobiliarias serán pues la principal referencia historiográfica, es decir, aquéllo que contaban los representantes y herederos de los antagonistas de los sublevados permanecerá hasta el siglo XX casi como la versión oficial, culta y además para muchos la única conocida, de los hechos de la Santa Irmandade del reino de Galicia.

Alonso de Palencia, cronista oficial del reino de Castilla, nos ha legado una relación breve pero sustanciosa, redactada hacia 1477, de la formación y actividad de la irmandade gallega. Presenta la hermandad de Galicia como la máxima realización de la hermandad general de Castilla y León nacida hacia 1465 en Segovia, y muestra su entusiasmo por la eficacia de su labor justiciera y antiseñorial, tomando fortalezas tenidas por inexpugnables y persiguiendo hasta el exterminio al señor más poderoso de Galicia, el conde de Lemos, escribe el oficial real[14]. El mismo Palencia cuenta como trabajó con riesgo para su vida para implantar -1466- la hermandad en Andalucía, intentándolo de nuevo -1476- en tiempos de los Reyes Católicos[15]. Brinda incluso, en su afán por defender a los hermandinos, una peculiar explicación de sus “excesos” haciendo responsables a los mismos nobles que fingiéndose sus partidarios, exageraron sus facultades llevándolas al borde del precipicio…[16]. Después del testimonio de Alonso de Palencia, objetivamente, no quedan dudas sobre la conexión entre la irmandade de Galicia y la hermandad de Castilla y León, en ésta estaba en principio integrada la primera, como sabemos de otro lado por las fuentes coetáneas. Salvo la crónica de Enrique IV de Galíndez de Carvajal que recoge de las Décadas de Palencia parte de dicha información sobre Galicia, las restantes crónicas de los reinados de Enrique IV y de los Reyes Católicos no hacen especial mención a la Santa Irmandade de Galicia, pero abundan en referencias generales a las hermandades que se formaron de 1465 a 1468 y a las Juntas en que coordinaban su acción, siendo la tónica general que los cronista vean con simpatía el citado movimiento popular sin dejar por ello de denunciar sus “demasías” antiseñoriales.

La mal llamada “primera guerra irmandiña”[17], la sublevación de los vasallos de Andrade en 1431, fue reconstruida indirectamente en el siglo XIX a través de unas líneas que, en un tono muy negativo para los rebeldes, le dedica Pérez de Guzmán en su crónica del reinado de Juan II, sin embargo no se siguió el mismo camino para narrar la revuelta de 1467, ¿por qué? Circulaban copias manuscritas de las crónicas reales, que aparecían citadas en las historias españolas decimonónicas. La propia crónica de Palencia es editada parcialmente en latín en 1834 (en castellano la primera edición es de 1904-1908), si bien es más que probable que dicho texto no ha sido conocido por Vicetto y los historiadores gallegos del romanticismo.

En todo caso, a partir de finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, se publican las crónicas de Enríquez del Castillo, Bernáldez, Pulgar (que sí manejó Murguía) y Valera, aportando datos que evidencian la existencia de una corriente testimonial y historiográfica culta y oficial -más si cabe que las versiones genealógicas- que ve con buenos ojos los movimientos hermandinos populares de los años 60 (considerándolos precedentes de la hermandad de 1476  tutelada por los Reyes Católicos). La monarquía, interesada en refrenar a la nobleza medieval, apoya a las hermandades, reconociendo un protagonismo del pueblo en la historia, que separa notablemente las crónicas de los clásicos relatos  nobiliarios[18]. Pese a lo cual, el monarquismo propagandístico de estas fuentes narrativas no deja de se un obstáculo para que en Galicia los historiadores liberales y regionalistas[19] del siglo XIX, las buscasen y estudiasen con interés.

Nobiliarios

La historia de los siglos XVI y XVII no se plantea la búsqueda de la verdad como su finalidad principal, es una historia pragmática, enfocada hacia un objetivo utilitario, bien cantar en forma de crónicas de reinados las excelencias de los monarcas y/o procurar la educación del príncipe, bien ensalzar la la antigüedad y las proezas de la nobleza, bien contar los hechos de los monasterios e iglesias episcopales y la vida de sus prelados. Es propio de la clase dirigente desvelarse por dejar una memoria escrita de sus virtudes y hazañas.

El problema irmandiño está presente, desde el siglo XV, en una serie de genealogías. Lope García de Salazar, viejo caballero vasco de 72 años, prisionero de su propio hijo en su casa-torre, redacta entre 1471 y 1475 Las Bienandanzas e Fortunas, sirviéndose -dice- “de la memoria de mis antepasados e de las oydas e vistas mjas”, buscando en el buen ejemplo de una historia providencialista y en los grandes hechos y antigüedad de los linajes, el antídoto contra la decadencia de la nobleza bajomedieval, de la cual su dramática y contradictoria situación era bien representativa[20]. Su visión de la revuelta irmandiña no tiene mucha influencia en la historiografía gallega por tratarse de una obra foránea, que por lo demás no se edita hasta 1965. Con todo, Malaquías de la Vega hacia 1622 se sirve del original, que estaba -dice- en el Escorial, para hacer referencia al levantamiento de la hermandad de Galicia en su Cronología de los Jueces de Castilla, único conflicto social importante que menciona en esta larga obra todavía hoy inédita y manuscrita. Siguiendo con este tipo de genealogías familiares, también escribe -mal, como en los casos anteriores- sobre los hechos de 1467, Diego de Sotomayor, hijo de Pedro Madruga, en su nobiliario manuscrito Relación genealógica de los Sotomayor (AHN Diversos, Colección diplomática), datado a principios del siglo XVI; y mucho más adelante, en 1674, Fernando de Saavedra da a la imprenta, en Granada, su Memorial de la Casa de Saavedra, donde viene a justificar la demolición de las fortalezas de Alonso López de Saavedra y la destrucción de sus estados, porque este antepasado del autor “se avía señalado tanto en la persecución de la Hermandinos” (fol. 136), basándose para dicha valoración en fuentes notariales y en el libro del licenciado Molina; tenemos aquí, en cierta forma, una supervivencia de la tradición nobiliaria favorable a la gran hermandad, que tanta importancia había tenido en 1467 y que con el paso del tiempo resulta marginada por la representación que elaboraron de la revuelta los grandes señores que en 1467 huyeron de Galicia, perseguidos por sus vasallos: Andrade, Ulloa, Pimentel, Sotomayor, Pardo de Cela, conde de Lemos, etc.

La mayor amplitud de información sobre el levantamiento irmandiño, en una fuente nobiliaria contraria, la encontramos en la obra cumbre del coruñés Vasco de Aponte, criado de Fernando de Andrade, Recuento de las Casas antiguas del Reino de Galicia (1530-1535), de la cual corrieron múltiples copias manuscritas en los siglos XVI, XVII y XVIII, hasta que Benito Vicetto la edita (Ferrol, 1872). La relación directa con la nobleza gallega cuyo poder y patrimonio había sido objeto de las iras irmandiñas está en este caso garantizada a través de los Andrade. La información de primera mano contribuye mucho a que durante siglos, hasta el hallazgo del pleito Tabera-Fonseca, el nobiliario de Aponte sea la fuente principal para el estudio del acontecimiento irmandiño. Aponte inspira, entre otros, al primer cronista oficial de Galicia, Felipe de la Gándara, nombrado por la Junta de Galicia en 1654, que imprime en 1662 en Madrid su nobiliario Armas y triunfos. Hechos heróicos de los hijos de Galicia.

La nueva representación de la revuelta irmadiña que se infiere del nobiliario de Aponte, y en general de la tradición narrativa nobiliar, tiene las siguientes características:

a) Presenta los hechos como una lucha social entre vasallos y señores, punto en el que no se distinguen de entrada los nobiliarios de las crónicas o de la tradición popular, salvo en la radicalidad conque lo manifiestan, sin parangón en las fuentes anteriormente citadas. Se habla poco o nada de la base legitimadora[21] de los insurrectos de 1467 (agravios y abusos que perpetraban los señores laicos desde sus fortalezas), centrando en la conciencia antiseñorial absoluta de los vasallos el motor de una sublevación que tiene como consecuencia la desobediencia de los vasallos a sus naturales señores, la negativa al pago de rentas y la ocupación indebida de fortalezas, tierras y jurisdicciones. Por todo ello le dicen la hermandad loca, y llenan de insultos a los vasallos insubordinados (villanos, chusma, gente vil[22]), mostrando de este modo la continuidad existente entre la actitud de dichos genealogistas y la mentalidad señorial de los poderosos caballeros que huyen en 1467, organizan la reacción militar en 1469, integran las confederaciones nobiliarias de la década de los 70 y son en su mayor parte desterrados de Galicia y llevados a la fuerza a la Corte de los Reyes Católicos en los 80 y 90. Creemos que la imagen radical de la revuelta de 1467-1469, que por una u otra razón queda a un segundo plano en las fuentes favorables, es la mayor aportación de los nobiliarios a la historiografía irmandiña, y anima altamente a que la historiagrafía romántica se identifique con dichas fuentes (leyéndolas al revés, naturalmente, en cuanto a definir a buenos y malos) en el momento de redescubrir la revolución de 1467.

b) Tampoco mencionan los representantes literarios del punto de vista nobiliario nada sobre la autorización, demostrable documentalmente, que Enrique IV había concedido a los gallegos para formar la hermandad y para derrocar las fortaleza-nidos de malhechores del reino. Engorroso asunto puesto que en los tiempos de los nobiliarios las relaciones de la nobleza oriunda de Galicia con el Estado son excelentes; por ejemplo, Gándara pretendía con su obra demostrar los servicios que en todo tiempo el reino de Galicia, es decir su nobleza, había prestado a los reyes de Castilla y León. Claro que la opinión de la monarquía tampoco permanece invariable[23], y la orientación antireal de la revolución de las comunidades de Castilla, facilitará la relectura de los hechos de 1467 que pretende la nobleza cortesana gallega, cuyos portavoces de inmediato asemeja, llamándoles comuneros, a los irmandiños de 1467 con los revolucionarios que en 1520-1521 se levantaron contra Carlos V y los señores. La rigidez estamental y jerárquica del Estado y de la sociedad absolutistas favorecen, en suma, la victoria póstuma de la versión del levantamiento que caracterizaba a los caballeros feudales vencidos en 1467. Si no el poder social en Galicia, la nobleza gallega servidora ahora de la Corte de Castilla, recupera en el siglo XVII el poder de la palabra escrita, diciendo la última palabra -la que queda escrita- sobre 1467 y sus circunstancias, dejando en consecuencia al historiador futuro una mayor información sobre 1469 y sus circunstancias, esto es, sobre las derrotas militares de la Santa Irmandade. Gracias al interés por destacar todo lo que hubo de victoria señorial en el período 1467-1469, los genealogistas -sobre todo, Aponte- acumulan datos importantes de la fase final del poder irmandiño, complementando así los testimonios populares del pleito Tabera-Fonseca que se centran principalmente en los detalles de la insurrección de la primavera de 1467, y en todo lo referido a la irmandade como victoria de los vasallos contra los señores del reino de Galicia.

c) Tanto el Recuento de Vasco de Aponte como Armas y triunfos de Felipe de la Gándara son textos redactados en Galicia y dan cuenta de los linajes más importantes del reino, yendo por consiguiente más allá que las habituales y numerosas genealogías unifamiliares cuyos autores, con menos vocación que los citados de crear una conciencia histórica, no suelen pararse en relatos e informaciones que les apartarían de su finalidad estrictamente genealógica. La galleguidad de estas fuentes implica en verdad cierta reivindicación del reino de Galicia…a través de enaltecer la gloria pasada y presente de su nobleza, y de cantar sus servicios inmemoriales a los reyes de Castilla. Reivindicación de un pasado reciente que para Aponte está cargada de fascinación por aquellos grandes caballeros que con sus hazañas habían conmovido Galicia, anunciando el fin de la Edad Media. Nostalgia caballeresca que sintonizará a los historiadores del siglo XIX con unos documentos representativos de ese mundo perdido de la caballería que el imaginario romántico quiere a toda costa recobrar.

Antes de pasar a hablar de los linajes y blasones “de donde proceden muchas y señaladas casas en España”, el licenciado y canónigo magistral de la catedral de Mondoñedo, el malagueño Bartolomé Molina, refiere en su Descripción del Reyno de Galicia y de las cosas notables del (primera impresión en 1550, Mondoñedo), en tono positivo como la gran Hermandad había derrocado las fortalezas señoriales, gobernando Galicia la gente común: “no consintiendo ser mandados ni regidos por otro”. Toma de posición que se desmarca claramente de la hegemónica y contraria memoria savante nobiliaria de la modernidad, muy distinta a la de los canónigos -medianos señores eclesiásticos- que se alinearon en 1467 con los comunes contra los señores de las fortalezas, mucho después representados por el licenciado Molina.

Justamente casi siempre en relación con el tema de la fortalezas -excepto el arzobispo de Santiago, los restantes prelados del siglo XV no tenían practicamente fortalezas-, durante el siglo XVI se revela muy activa una tradición oral entre los canónigos y otros eclesiásticos en favor de la hermandad de 1467. En las historias de las iglesias episcopales y de los monasterios de Galicia que proliferan en los siglos XVII y XVIII, el tema irmandiño está ausente, poniéndose así de manifiesto cierto corte de la cadena eclesiástica de trasmisión favorable a comienzos del siglo XVII; no sabemos si está extinguida la tradición oral, pero sí es seguro que los escritores de genealogías quedan como los únicos intérpretes cultos de los sucesos de 1467-1469. En 1603, Pedro Salazar y Mendoza, cronista del arzobispo absentista de Santiago, Juan Tabera, gran cortesano y antagonista de Fonseca y de los supervivientes de la Santa Irmandade en el famoso pleito de las fortalezas, adopta ya la posición de la aristocracia laica llamando a la gran hermandad: comunidades locas[24]. Aquella parte de la tradición irmandiña representada por canónigos y monjes y clérigos no se redescubrirá hasta la consolidación de la historiografía erudita, hasta Antonio López Ferreiro. Mientras, se sigue citando al respecto la Descripción del Licenciado Molina pero como una fuente genealógica o geográfica, no eclesiástica.

Descubrimiento historiográfico

El pensamiento ilustrado gallego de Lucas Labrada centra sus esperanzas reformistas en el poder real, enfatizando por ello el rol justiciero de los reyes de Castilla y León en la Galicia de la Edad Media, apoyándose en crónicas medievale[25].Tomando seguramente la expresión de Molina, refiere Lucas como la “gran Hermandad del común” había derribado las fortalezas señoriales de Galicia, para  a renglón seguido hacer hincapié en cómo los Reyes Católicos no consintieron la reconstrucción, valorando en definitiva positivamente la actuación de dichos monarcas “minorando la opresión con que eran tratados los labradores”, y concluyendo que “la reunión de todo el poder en manos del Rey y de sus Ministros ha sido el mayor consuelo para sus súbditos”, de manera que aplaude la devolución de jurisdicciones y tierras a iglesias y monasterios por parte de los Reyes Católicos, rectificando la negativa política de las mercedes a los nobles laicos gallegos practicada por Enrique II y Enrique IV[26]. Esta concepción del despotismo ilustrado sobre el tránsito de Galicia a la modernidad tiene una indudable apoyatura documental y es la continuidad de la versión propangandística de las crónicas de los Reyes Católicos; su propia insistencia en la iniciativa “desde arriba” y en el protagonismo del Estado, mantiene a la revuelta irmandiña en un segundo plano, haciendo desaparecer al pueblo como sujeto de la historia.

Hacia la mitad del siglo XIX nace la historiografía romántica en Galicia a manos de escritores liberales, rompiendo con el testimonialismo de las crónicas y la historia pragmática, bajo el denominador común del historicismo -la historia como la clave del presente-, la vocación literaria[27] y la búsqueda de la fundamentación del hecho diferencial gallego en su pasado histórico, sin adoptar aún ni siempre una posición netamente nacionalista[28]. El romanticismo contrarresta en el plano de la historia[29] la concepción elitista de la Ilustración promoviendo un populismo progresista, que en Galicia nadie encarna mejor que Vicetto.

En las historias locales que preludian la nueva historia, la de Taboada Leal sobre Vigo (1840), la de Vedia sobre La Coruña (1845), la de Montero Aróstegui sobre Ferrol (1859), nada se dice sobre el levantamiento irmandiño, todavía no estamos ante una historia plenamente romántica[30], les falta una cosa: la voluntad de hacer una historia de Galicia y de reseñar los hechos históricos específicamente gallegos. De todos los historiadores románticos, el único que consigue terminar su historia de Galicia es Benito Vicetto (1824-1878), a él debemos el descubrimiento de los irmandiños como objeto de la historiografía moderna. Y la cosa no era fácil: antes de Vicetto (y después, también) se entiende por hechos históricos exclusivamente los grandes actos de los reyes, nobles, prelados y letrados, relegándose las intervenciones históricas del estado llano a un lugar secundario, en el mejor de los casos se interpretaba que la gente común estaba movida por los hilos de los grandes hombres, verdaderos artífices de la historia.

Vicetto es el más fecundo representante de la novela romántica en Galicia. La literatura lo lleva a la Edad Media, a los temas caballerescos. Como una gran parte de la juventud intelectual del siglo XIX, acoge ideas revolucionarias sobre el feudalismo que lo vuelven particularmente atento y sensible a las luchas medievales de los vasallos -con quienes se identifica apasionadamente- contra los señores. La intersección romanticismo/antifeudalismo dará lugar a su novela más exitosa (cuatro ediciones en vida del autor), Los hidalgos de Monforte (1851), donde encontramos por vez primera a la gente de la hermandad de 1467 protagonizando una historia, entremezclada imaginativamente con la tradición caballeresca del mariscal Pardo de Cela, a quien muy equivocadamente Vicetto pone a la cabeza de los irmandiños contra el conde de Lemos[31].

En 1865 inicia Benito Vicetto su oficio de historiador publicando el primer tomo de su Historia de Galicia; cuando llega en 1872 al tomo VI, anuncia como título de la tercera parte de su historia: Desde la guerra de los hermandinos hasta nuestros días. Todo un programa: la primera época se inicia con el Diluvio Universal, la segunda con el nacimiento de Jesús, y la tercera, lo que para nosotros es la Edad Moderna y la Edad Contemporánea, empieza con la gesta heroica de los irmandiños, que califica exageradamente como “la epopeya más grande y admirable que registran en sus anales, todos los antiguos reinos de la antigua Iberia”[32]. Considera por consiguiente que para Galicia es “indiferencia, desprecio y error” que el Padre Mariana nada diga en su historia de España[33] acerca de la revuelta irmandiña; justificando la necesidad del descubrimiento historiográfico de los irmandiños (que él lleva a cabo de forma plenamente consciente), y de toda su Historia de Galicia, por causa del grosero olvido de tan “grande y trascendental revolución contra el feudalismo”, y entendía que dicho desconocimiento era debido a que “Galicia jamás tuvo un libro propio que hubiera recogido sus triunfos y reveses (…) como ya lo tiene hoy, gracias al sacrificio que le hemos hecho de nuestra inteligencia, de nuestra carrera, y hasta de nuestro bienestar material”[34].

Tres conocimientos no basados en fuentes confluyen en la Galicia de mediados del siglo XIX para hacer posible el hallazgo del levantamiento de 1467 como objeto historiográfico: 1) la voluntad de hacer una historia de Galicia[35], expresión del regionalismo y galleguismo que está naciendo en ese momento; 2) la fascinación literaria por la Edad Media y la historia medieval, influjo del romanticismo de la época; y 3) el interés por la historia de las luchas sociales, derivado de la ideología liberal y progresista de los historiadores románticos. Con Vicetto -y  Murguía- nace sin lugar a dudas la historia social de Galicia[36]: los conflictos y revueltas sociales no sólo son para el historiador romántico por excelencia importantes como tema descriptivo, literario, determinan además acontecimientos y cambios sociales de gran trascendencia[37], y sin abandonar la atención a la clase dirigente y a las luchas caballerescas, el primer historiador de los irmandiños hace emerger al pueblo y a la gente común como un nuevo sujeto de la historia, a la manera de Guizot y Michelet.

El deficiente conocimiento histórico basado en las fuentes, y el peso excesivo de la ideología en la interpretación de los hechos, conducen a que la historiografía romántica caiga frecuentemente en manifiestos errores y deformaciones (que combatirá Murguía, al menos en el tema que nos ocupa), que harán alzarse voces urgiendo justamente el desarrollo de un método crítico y de una mayor erudición. Lo cual no quiere decir, naturalmente, que debamos subestimar los primeros e indispensables pasos dados por la historiografía romántica y nacionalista, que introduce en Galicia los conocimientos históricos, que sienta las bases de una historia de Galicia, y que crea una verdadera conciencia histórica entre los gallegos, hasta ese momento alimentados al respecto de una tradición oral que le limitaba sus recuerdos históricos al pasado inmediato, dominando más allá el mito y la leyenda. La capacidad vulgarizadora demostrada por los historiadores gallegos del siglo XIX y primer tercio del siglo XX, sigue siendo hoy un ejemplo.

El problema concreto de Vicetto es que quería hacer una historia popular con fuentes nobiliarias, y no era conocedor de las consecuencias que dicha contradicción  suponía para sus estudios históricos bajomedievales[38]. En los archivos de Ferrol y La Coruña, que Vicetto conoce, no había documentación de la hermandad de 1467; por otro lado, su anticlericalismo no era precisamente un estímulo para la inspección de los archivos eclesiásticos (el pleito Tabera-Fonseca estaba, y está, depositado en el archivo arzobispal de Santiago); las crónicas del reinado de Enrique IV tampoco las maneja. Sus fuentes de información sobre los hechos de 1467-1469 son nobiliarias y muy contrarias a los vasallos sublevados: el nobiliario de Aponte, el nobiliario de Gándara y la no encontrada historia manuscrita de Allariz, más la Descripción de Molina como excepción en cuanto a actitud hacia los irmandiños.

El efecto más notorio de la parcialidad de las fuentes que usa Vicetto son las páginas y páginas donde se cuentan, copiando literalmente los textos de Aponte y Gándara, todas las derrotas militares de los irmandiños, la prisión y muerte de su jefes hidalgos, etc. Imagen heróica del sacrificio de los rebeldes y de sus dirigentes que  conectaba con la idea romántica del Vicetto revolucionario que se conmovía ante la “sangre derramada por el pueblo combatiendo a sus tiranos de horca y cuchillo”[39]. Con todo, algunos datos no le casaban a Vicetto con la idea nobiliaria de una gran derrota final irmandiña: “esas derrotas sucesivas no quiere decir que fuesen exterminados definitivamente los villanos, puesto que aún luchaban en algunos obispados (…) El pensamiento social que los hermanos de Galicia entrañaban, quedaba aún en pie a la muerte de Enrique IV”, precisando como los nobles reanudan las divisiones y guerras entre ellos después de la hermandad[40]. Vicetto acaba contradiciendo las conclusiones de Aponte y Gándara cuando afirma que no fueron tanto los Reyes Católicos con la Audiencia de Galicia, derrocando fortalezas, decapitando a Pardo de Cela y desterrando a los nobles más soberbios, quienes “concluyeron con la nobleza”, sino que fueron las hermandades, que habían carcomido la estructura y el poder feudal “imposibilitándolo en el porvenir”[41].

El otro tema historiográfico que Vicetto saca a la luz en Los hidalgos de Monforte es la figura controvertida del mariscal Pardo de Cela, y en general el problema de la nobleza gallega del siglo XV, cuyo poder en Galicia resulta quebrado por la tenaza de la revolución antiseñorial por un lado y del Estado de los Reyes Católicos por el otro. Aunque el problema es de las fuentes[42], mejor dicho de no apoyar las afirmaciones con documentos históricos[43], también es una cuestión de interpretación del significado histórico de la ejecución en 1483 de Pardo de Cela por los representantes de los Reyes Católicos; de entrada el romanticismo del autor le lleva a simpatizar con el noble ajusticiado, forma de reacción que desde finales el siglo XV genera una tradición, oral y escrita, reivindicativa del caballero de Mondoñedo.

Es cierto que Vicetto acude a la imaginación cuando junta a Pardo de Cela con sus enemigos irmandiños y cuando asevera que el mariscal y sus nuevos aliados tenían intenciones independentistas en su enfrentamiento con los Reyes Católicos[44], tratando de  proyectar hacia el pasado  cierto anhelo de una Galicia unida alrededor de su clase dirigente frente al Estado centralizador: el objetivo supremo de dotar a Galicia de una identidad diferencial basada en una historia propia puso al descubierto acontecimientos, planteó problemas y preguntas, pero también forzó claramente los datos disponibles para adaptarlos a un esquema protonacionalista preconcebido.

En 1872, Vicetto se hace eco de las críticas recibidas por su versión novelada de la actuación de Pardo de Cela antes de morir, acusando sobre todo las muy duras que -lo veremos después- le había dirigido Murguía. Es consciente del peligro de falsear la historia “haciéndola tal vez inverosímil y por consiguiente inarmónica en el cuadro de la guerra de los villanos”, pero reincide, sacrifica la ciencia a la ideología, la historia tal cómo fue a la historia cómo debía haber sido, obstinándose en defender, con algunos matices, que el mariscal Pardo de Cela  (“figura altamemte simpática para el país”, “la figura más bella y magestuosa de la historia de Galicia”), se alinea con las hermandades -que pasan de la revolución social a la revolución política- contra los partidarios de la reina Isabel, “aspirando a la independencia de Galicia”, encarnando, junto con Pedro Madruga, el espíritu santo de emancipación heredado de la nobleza sueva[45]. Es la sustitución de las fuentes, de la necesaria erudición, por un conocimiento no basado en fuentes que, amén de sus virtudes, legitima la ficción y la empatía como método histórico.

La verdad no tiene patria

El contrapunto positivista y racionalista de Benito Vicetto es Manuel Murguía: primer historiador gallego que plantea la objetividad como la meta del conocimiento histórico, que define del todo a la historia como la búsqueda de la verdad.

Así mismo novelista, liberal y romántico, Murguía se estrena como historiador en 1861 con un artículo, De las guerras de Galicia en el siglo XV y de su verdadero carácter[46], destinado a desmitificar la versión que Vicetto había dado en los Hidalgos de Monforte sobre los irmandiños y Pardo de Cela. Lúcido trabajo sobre la revolución de 1467 que Murguía escribe a partir del momento en que su criticado antecesor descubre en ese hecho un hito esencial, imprescindible, para la recién nacida historia de Galicia.

¿Qué conocimiento no basado en fuentes aporta Murguía? El conocimiento de la historiografía francesa del momento; el convencimiento inquebrantable de fundar en documentos la escritura de la historia; y el uso del sentido común, de la razón para interpretar los hechos.

Para argumentar la imposibilidad de que Pardo de Cela se hubiera puesto al frente de las hermandades de Galicia, Murguía dice a Vicetto: “la razón bastaría para decirnos que el uno [el señor] pretendería conservar sus inicuos privilegios, mientras el otro [el vasallo] tendería a emanciparse de ellos”[47]. Raciocinio materialista en el sentido de buscar la verdad en las contradicciones de los intereses de clase, que coexiste en el joven Murguía con influencias intelectuales de signo distinto. La concepción que Murguía tenía de la revuelta irmandiña y en general de los movimientos sociales del siglo XV gallego como luchas de clases[48], converge con una semejante preocupación de Vicetto, fundando ambos la historia social de Galicia[49]; muy probablemente aquí Murguía esté influido por Augustin Thierry que, como Guizot, comprende la historia en términos de lucha de clases[50], y de enfrentamientos de razas.

Murguía alaba, en 1856, Los hidalgos de Monforte, y cree como Vicetto que la Edad Media, especialmente sus momentos finales, es la “época más interesante” de la historia de Galicia[51], pero el medievalismo de Murguía es más racional que literario, no le arrastra a confundir la historia medieval con la novela caballeresca. Pero no es en la historia social, o en el medievalismo, dónde Murguía se separa de Vicetto: es en la manera de hacer la historia de Galicia, de combinar el enfoque social con el enfoque nacional, donde existe el mayor desacuerdo. Murguía preconiza: “una historia fría, severa, imparcial (…) nos hemos desprendido de todas nuestras simpatías, de toda idea preconcebida, antes de hacer un detenido estudio de la época que historiamos, y juzgamos tal como nuestra razón nos dicta”[52]. Refiriéndose a la consabida cuestión de Pardo de Cela, confiesa: “francamente que nos duele tocar un asunto sobre el cual la poesía y la tradición han derramado todas sus flores, y que un laudable espíritu de provincialismo ha levantado más alto de lo que debiera”[53]. Y termina diciendo que prefiere llevar una piedra al monumento de los poetas al héroe querido que “echarlo por tierra” falseando la verdad histórica. Poco después en el Discurso preliminar (1865) de su Historia de Galicia, porfía: “La verdad histórica fría, desnuda, imparcial, la verdad que no tiene patria reparte con mano leal y justiciera a cada uno su parte de gloria y en vano será demandarla para halagar la vanidad de los pueblos; ella se niega a semejante profanación”[54].

La valiente toma de posición de Murguía optando -en el tema concreto de la leyenda de Pardo de Cela- por la verdad histórica, que no tiene patria, frente a sus sentimientos galleguistas y a interpretaciones hechas desde -y a favor- de su propia ideología, tiene más valor si consideramos que esta defensa de una historia basada en fuentes, coincide en el tiempo y en el lugar con su aportación fundacional y teórica al nacionalismo gallego[55].

La lectura desmitificadora de Murguía establece una relación documentada entre las tres fuerzas sociales que determinan, dialécticamente, en el último tercio del siglo XV el origen de la Galicia moderna: los vasallos, los señores y la monarquía. Afrontando así los tres problemas historiográficos de la transición: el carácter y los resultados de la revuelta irmandiña, la valoración del fin del poder nobiliario y el juicio sobre la actuación de los Reyes Católicos.

Conviene Murguía con los ilustrados enjuiciando positivamente la intervención social e institucional de los Reyes Católicos en Galicia. Impresionado sin duda por el testimonio[56] de la Crónica de los Reyes Católicos escrita, hacia 1492, por Fernando de Pulgar, que muestra la beligerancia de Acuña y Chichilla contra la nobleza gallega y su alineación con los antiguos protagonistas del levantamiento irmandiño. Murguía infiere que los Reyes Católicos y sus oficiales, ayudados por los restos de las hermandades de 1467, acaban “para siempre con el poder de la nobleza gallega”[57],  sobreviviendo un “tiempo de justicia”, “el reinado de la paz”, “una nueva era de felicidad(…) Unida Galicia al resto de la península, libre de la tiranía que la agobiaba”, dice en el Discurso preliminar[58].

Siete años después, Vicetto va más lejos que Murguía y su discurso ilustrado, y sitúa el comienzo del fin de la nobleza gallega en 1467, de modo que, después de la revolución irmandiña, la actuación de los Reyes Católicos es para Vicetto secundaria[59], así como la ayuda  prestada, desde 1480, por las hermandades renovadas a Acuña y Chinchilla para derribar más castillos y domar a la nobleza rebelde.

En relación con la nobleza medieval gallega Murguía es categórico: “ a los nobles gallegos nada debe Galicia, más que sus antiguos males y su postración de siempre, sin que en sus aspiraciones lograsen nunca consolidar un poder fuerte y poderoso, pues ellos, que debían ser su amparo y protección y sostén más seguro, eran los primeros en conmoverlo hondamente”[60].

Celebrando, por tanto, la derrota nobiliaria a manos de la Santa Irmandade y el ocaso final de su poder en Galicia, como un hecho feliz para el reino[61]. Y desde esta visión antiseñorial sacada de las fuentes, y de su propia actitud antifeudal[62], Murguía critica despiadadamente a Vicetto por inventarse un Pardo de Cela que luchaba por la independencia de Galicia al frente de los restos de la irmandade de 1467, exigiendo documentos que certificasen una y otra aseveración[63]. Cuando las fuentes si decían que había sido el mariscal un “tiranuelo feudal” que no aspiraba a “otra cosa que a ensanchar sus estados y a enriquecer sus arcas”, y que si sus vasallos le traicionaron, nada más natural, pues estaban con la gente del rey, puesto que “los pueblos gallegos estaban ligados al trono castellano por lazos de común interés”… antifeudal[64]. En opinión de Murguía: “las justicias de Mondoñedo fueron para ellos [los nobles gallegos] ejemplo saludable (…) fueron aquietándose”[65].

En resumen, para Manuel Murguía la revuelta irmandiña había sido un lucha social de vasallos contra señores, no un movimiento independentista gallego; y la hermandad gallega era la misma que el rey Enrique IV había autorizado en Castilla y León para perseguir malhechores y refrenar a la nobleza;  destacando, por último, los momentos de victoria irmandiña. El no depender tanto como Vicetto del nobiliario de Aponte, y su concepción global de los irmandiños, facilita que Murguía ponga el acento en cómo, en 1467, los nobles huyeron de los sublevados, volviendo después de recuperar sus tierras, en 1469, a dividirse y luchar entre ellos. Explicando que la hermandad, que vuelve a derrocar fortalezas en los años 80, guardaba continuidad con la anterior, y como, en definitiva, los nobles enemigos de los irmandiños, empezando por Pardo de Cela, vieron destruido al final su poder. Ante todo, escritor, Murguía describe así 1467: “Desde el momento en que los villanos vencieron a sus señores, los signos de la servidumbre cayeron rotos y se sepultaron bajo los escombros de las destruidas fortalezas feudales, y el cántico de la victoria que entonaron los vencedores fue el himno con que saludaba el siervo, el nuevo día de su redención”[66].

* Publicado en “Cómo construye su objeto la historiografía: los irmandiños de Galicia”, Hispania, nº 175, Madrid, 1990, pp. 841-866; “Invención irmandiña”, ¡Viva El-Rei! Ensaios medievais, Vigo, 1996, pp. 137-170 (https://h-debate.com/wp-content/uploads/2016/07/viva_rei.pdf).

[1] J. TOPOLSKY, Metodología de la historia, Madrid, 1982, p. 30

[2] ídem, pp. 309-329.

[3] “Una historia edificada en torno a buenos y malos imposibilita entender el pasado tal como sucedió (…) tenemos que dedicar un poco de tiempo a examinar nuestros propios prejuicios (…) utilizar la historia como arma en la lucha política es contraproducente. Uno llega a creerse su propia propaganda (…) Uno llega a idealizar su propio bando y a dividir a los seres humanos en dos grupos: ‘nosotros’ y ‘ellos’, “Historia popular o historia total”, Historia popular y teoría socialista, Barcelona, 1984, pp. 76-77.

[4] A. RODRIGUEZ GONZALEZ, Las fortalezas de la mitra compostelana y los “irmandiños”. Pleito Tabera-Fonseca, 2 vol., Santiago, 1984.

[5] Hemos estudiado el pleito Tabera-Fonseca como fuente oral, directa y popular de la revolución de 1467 en Mentalidad y revuelta en la Galicia irmandiña: favorables y contrarios, tesis doctoral, Santiago, 1988.

[6] P. JOUTARD, Esas voces que nos llegan del pasado, México, 1986, pp. 255-256.

[7] El mito del eterno retorno, Madrid, 1984, pp. 48-49.

[8] Mentalidad y revuelta…, pp. 258-260, 355-356, 360; en general, el paso del tiempo hace que los testimonios orales sean más indirectos y estén más mediatizados por la clase señorial, cuya tradición escrita desplaza poco a poco a la tradición oral y popular, ídem, p. 483 nota 511.

[9] A. VAN GENNEP, La formación de las leyendas, Barcelona, 1982, p. 152; P. THOMPSON, La voz del pasado. Historia oral, Valencia, 1988, p. 36.

[10] B. GUENEE, “Temps de l’histoire et temps de la mémoire au Moyen Age”, Bulletin de la Société de l’Histoire de France, núm. 487, 1976-1977, p. 35; el siglo como el límite máximo que alcanzaba la memoria colectiva es un dato que aparece confirmado en la documentación gallega de los siglos XIV, XV y XVI, existiendo una correspondencia notable entre las formulas rituales y la práctica real, véase E. CAL PARDO, El monasterio de San Salvador de Pedroso en tierras de Trasancos. Colección documental, A Coruña, 1984, p. 263; E. IGLESIAS ALMEIDA, Los antiguos “portos” deTuy y las barcas de pasaje a Portugal, Tui, 1984, p. 69; Mentalidad y revuelta…, p. 258.

[11] Mentalidad y revuelta…, p. 344.

[12] R. PASTOR, Resistencias y luchas campesinas en la época del crecimiento y consolidación de la formación feudal Castilla y León, siglos X-XIII, Madrid, 1980, pp. 33-37; G. DUBY dir., Historia de la vida privada, 2, Madrid, 1988, pp. 98, 260.

[13] Sus autores están en contacto con testigos directos, y recogen la tradición oral específica de su medio social, según informan en sus obras, algunas de las cuales fueron  inclusive redactadas después de los hechos, tal es el caso del nobiliario de García de Salazar y de la crónica de Palencia.

[14] Crónica de Enrique IV, I, BAE núm. 257, Madrid, 1973, pp. 191-192.

[15] ídem, I, BAE núm. 257, p. 206; II, BAE núm. 258, p. 303; III, BAE núm. 267, p. 21.

[16] ídem, I, BAE núm. 267, pp. 192, 206, 210-211.

[17] En rigor la primera revuelta organizada como hermandad en la Baja Edad Media gallega es la de 1418-1422 en Santiago de Compostela, y entre 1431 y 1467 tienen lugar otros tres movimientos irmandiños locales, alguno de gran trascendencia, tampoco nos parece correcto el uso del sustantivo guerra puesto que contradice la mentalidad y la práctica de dichos levantamientos, véase Mentalidad y revuelta…, p. 482 nota 509.

[18] J. I. GUTIERREZ NIETO, Las comunidades como movimiento antiseñorial, Madrid, 1973, p. 23.

[19] La exaltación de Castilla es uno de los componentes ideológicos de las crónicas bajomedievales, E. MITRE, Historiografía y mentalidades históricas en la Europa medieval, Madrid, 1982, pp. 139-148.

[20] “estando preso en la my casa de Sant Martjn de los que yo engendré e crié e acrecenté (…) por este libro hallen memoria de todos estos fechos (…) aquellos que de mj suçediesen (…) acostunbrasen de leer en este libro por que por él se fallaran de buena generaçión e mereçedores de faser todo bien”, Las Bienandanzas…, I, Bilbao, 1965, pp. XX-XXI.

[21] Tardíamente, y lejos del escenario gallego, Malaquías de la Vega intenta contradecir el aura justiciera del levantamiento inculpando a sus promotores malhechores, puesto que actuaron contra toda razón y justicia al querer destruir a los señores, robándoles las tierras y las fortalezas, etc., llamando a sus jefes cabezas de maldades, Cronología de los Jueces de Castilla, BN ms. 19.418, fol. 341r, 349v, 354v.

[22] Epítetos que hemos estudiado en Mentalidad y revuelta…, pp. 244-255.[23] En 1491, la reina Isabel llega a decir que las gentes de la hermandad gallega se habían levantado de su abtoridad, influida por Fernando de Andrade (el señor y protector de Aponte), que vivía con ella en la Corte, y se quejaba de que los vasallos no les quería de nuevo pagar sus rentas, ADA, c-3-124.

[24] Este autor sitúa la irmandade en los tiempos de Berenguel de Landoira, a principios del siglo XIV, Chronico del Cardenal Don Juan Tabera, Toledo, 1603, p. 31; Salazar era canónigo de Toledo y cronista de Carlos V y de Felipe II; su total inexactitud al recordar los hechos gallegos de 1467 es un reflejo de su olvido creciente por parte de la historiografía española de los siglos XVI y XVII, que tanto exasperará a Benito Vicetto.

[25] José Lucas Labrada recoge del Sumario de los Reyes de España del siglo XV (editado en 1781) los ejemplos de Alfonso VII y de Fernando IV haciendo justicia en el reino de Galicia contra hidalgos malhechores, Descripción económica del Reyno de Galicia (1804), Vigo, 1971, pp. 183-186.

[26] ídem, pp. 187-188.

[27] Verea y Aguiar entiende la historia como la parte más instructiva de la literatura (Historia de Galicia, Ferrol, 1838, p. 9), y tanto Vicetto como Murguía combinan la novela con los ensayos históricos.

[28] A. MATO DOMINGUEZ, “Historiografía”, Gran Enciclopedia Gallega, tomo 17, 1974, p. 136.

[29] J. FONTANA, Historia. Análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, 1982, p. 121.

[30] R. VILLARES, “López Ferreiro e a historiografía galega”, Grial, 66, 1979, p. 429.

[31] La realidad es que Pedro Pardo de Cela aparece junto al conde de Lemos contra los rebeldes, destacando sobre cualquier otro caballero gallego en sus intenciones represivas después de la hermandad, pues informa Pedro Paxariño, vecino de Monforte, que “Pedro Pardo, Mariscal dixera al dicho Conde que ynchiese los carballos de los dichos vasallos e quel dicho Conde dixera que no quería que no se abía de mantener de los carballos”, Fortalezas…, p. 162.

[32] B. VICETTO, Historia de Galicia, VI, Ferrol, 1872, p. 130.

[33] Vicetto y los historiadores de su tiempo no conocen las crónicas de Palencia y de Galíndez de Carvajal.

[34] ídem, p. 259.

[35] “hacemos historia de Galicia y no de España (…) un libro de Galicia para Galicia; y todo por consiguiente, lo subordinamos a este propósito”, ídem, p. 134 nota 1.

 [36] Vicetto contrapone una historia de España que, denuncia, se reduce a un cuadro de figuras y de fechas, con su historia de Galicia como “historia social de los pueblos”, pretendiendo una “historia social de una nación” que sea una historia humana, donde lo principal sería: el “desenvolvimiento político del hombre, su lucha palpitante y progresiva desde su condición de siervo del señor feudal teocrático o aristócrata hasta llegar a conquistar su dignidad moderna”, ídem, pp. 30-31.

[37] Nuestro autor, rompe con el concepto de las crónicas y de la Ilustración, juzgando que no fueron los Reyes Católicos sino el movimiento popular irmandiño quien logró concluir con la nobleza gallega, minando el terreno sobre el que actuaron después los monarcas, en un tiempo histórico en que tocaba al feudalismo espirar, ídem, pp. 230-231.

[38] Cuando era muy evidente notaba las diferencias existentes entre él y el autor del nobiliario: lo que Gándara llama chusma y nosotros pueblo, ídem, p. 103; sin embargo, recoge de Aponte el apelativo villanos dirigido a los vasallos rebeldes de 1467 sin percatarse de su sentido peyorativo, y es que su entusiasmo por se genealogía cegaba su criticismo; admiraba en Vasco de Aponte, y así lo escribió, su candoroso estilo, su exactitud y veracidad, el que hubiera sido el primer escritor de historia en Galicia no clérigo, considerando su obra la primera que encontramos del país para el país, valorando en particular: Su preciosísima narración sobre la revolución popular de Galicia en el siglo XV, ídem, pp. 270-272.

[39] Apreciación referida a la represión de la hermandad de 1431, ídem, p. 46.

[40] ídem, pp. 131-132.

[41] Véase la nota 37.

[42] Vicetto compensa la falta de datos o el silencio sobre Pardo de Cela (caballero de segundo orden) en los nobiliarios de Aponte, Gándara y Molina, con notas aisladas y apuntes biográficos que han llegado a nuestro poder, y a la fuerza de la tradición aún vibrante en el norte del país , op. cit., p. 188-189.

[43] El autor reconoce en su Historia que los datos que utiliza no se apoyan en monumentos conocidos, ni responden a datos autorizados, op. cit., p. 202.

[44] A quienes Vicetto hace aparecer a veces com verdugos (ajusticiamiento de Pardo de Cela), a veces como continuadores y ejecutores de la obra antiseñorial irmandiña (véase nota 37).

[45] ídem, pp. 130-131, 175, 202-204.

[46] Galicia. Revista Universal de este Reino, tomo I, La Coruña, 1861, pp. 118-120, 129-133, 145-149.

[47] ídem, p. 146.

[48] la mayor parte de las insurrecciones populares de Galicia, durante este período, no tuvieron otro carácter que una lucha entre el débil y el fuerte, entre el señor y el vasallo que siente pesado el yugo de su servidumbre, ídem, p. 120.

[49] Una parte de la historiografía nacionalista posterior que reivindica a Murguía como el más grande historiador de Galicia, a pesar de sus limitaciones que son las de la época, no ha mostrado la misma capacidad para valorar objetivamente las aportaciones de Vicetto, por algunos injustamente tratado; se toma retrospectivamene partido por Murguía contra Vicetto en relación con la enemistad personal que existió entre ellos, y por causa de sus diferencias metodológicas, olvidando que el nacimiento de la historiografía gallega es una obra conjunta de Vicetto y Murguía (A. R. CASTELAO, Sempre en Galiza, Madrid, 1977, pp. 430, 466); no se valora por tanto igual aquello que comporta un mayor mérito para Vicetto, gracias al cual da sus primeros pasos la historia social en Galicia, y en consecuencia, por las mismas razones (desde posiciones historiográficas más conservadoras que las de Vicetto y del primer Murguía), se olvida la excepcional contribución de Murguía a la historia social, su trabajo sobre los irmandiños; sobre la notable ausencia de De las guerras de Galicia en el siglo XV en bibliografías autorizadas, véase V. RISCO, Historia de Galicia (1952), Vigo, 1971, pp. 249-256; Manuel Murguía, Vigo, 1976.

[50] Marx se inspira en estos dos historiadores burgueses para elaborar su teoría de la lucha de clases, véase A. BURGUIERE dir., Dictionnaire des Sciences Historiques, París, 1986, p. 663; la declaración explícita de Murguía por el método histórico de Thierry, excluyendo el método racionalista de la Ilustración que llama filosófico, está en el prólogo del volumen I de su Historia de Galicia (1865).

[51] “De las guerras de Galicia…”, loc. cit., p. 118.

[52] ídem, p. 145.

.[53] Ibidem.

[54] Historia de Galicia, (Resumen esencial), Bos Aires, 1933, p. 43.

[55] Importantísimo “Discurso preliminar” que constituye, sin duda, la primera piedra del nacionalismo gallego en el plano conceptual, J. G. BERAMENDI, “Manuel Murguía”, Gran Enciclopedia Gallega, 22, p. 46.

[56] De las guerras…, pp. 118, 120.

[57] ídem, pp. 119-120, 131-132, 148.

[58] ed. cit., pp. 49-50.

[59] Historia de Galicia, VI, 1872, pp. 230-231; el autor no cita la crónica de Pulgar, pero sí publica la cedula de los Reyes Católicos del 3 de agosto de 1480 concediendo poderes excepcionales a Acuña y Chichilla para pacificar y hacer justicia en el reino de Galicia, convocando a las hermandades para que se juntasen con ellos con sus armas, ídem, pp. 175-180.

[60] Discurso preliminar, p. 31.

[61] De las guerras…, pp. 129-133, 148; Discurso…, p. 45.

[62] De las guerras…, p. 118.

[63] Grandes, grandísimos deseos tenemos de conocer los curiosos y extraños datos…, De las guerras…, p. 147.

[64] ídem, pp.146-149.

[65] Discurso…, p. 49.

[66] De las guerras…, p. 130.